Carta desde la trinchera: sobre el sistema y la comodidad

Sobre la entrada: 

A continuación encontrarás una carta extensa, escrita con la voz desnuda de quien ha recorrido su camino entre sueños, tropiezos, sistemas impuestos y batallas silenciosas. 

No he querido editar estas palabras, porque cada una fue escrita desde un momento real, con el peso y la verdad de lo vivido. Lo comparto ahora dividida por partes para hacer más amable su lectura, pero conservo su estructura, su ritmo y su espíritu intactos. 

Esta es mi trinchera. Mi carta. 

Gracias por leerme. 

Parte I. La niña distraída.

«There can be 100 people in a room, and 99 don't believe in you... you just need one to believe.» 
—Lady Gaga 

En mis tiernos años en la primaria, me imaginaba a mí misma siendo una gran escritora, teniendo firma de autógrafos, yendo a conferencias, escribiendo desde una laptop en la comodidad de mi hogar o en una cafetería... En fin, el sueño de una niña risueña. Pero algo hubo en mi camino que me hizo rechazar esa idea. "¡Deja de perder el tiempo!", sonaba como un timbre en mi cabeza. 

Me veía a mí misma como una niña mala, muy inepta, tonta, rebelde tal vez, pero sin duda estúpida por no poder seguir simples reglas que mis papás me dejaban. Solo quería hacer mis dibujos, mis historietas, escribir más sobre Tlana, la niña inmortal, y sus aventuras... Pero me detuvo el sistema. 

¿A qué me refiero cuando hablo del sistema? 

La defino como un conjunto de normas sociales que uno debe seguir para poder tener éxito en la vida. Por dar un ejemplo, lo que el sistema te pide es hacer la escuela básica, medio superior y superior para poder ser "alguien" en la vida, y ser alguien en la vida es ser un adulto funcional: aquél que gana dinero para poder suministrar las necesidades básicas que implica la supervivencia del más apto, aquél que paga impuestos y mantiene una sociedad estable. Esto último conlleva a cosas todavía más complejas, que no vamos a digerir por el momento. 

Este cuestionamiento no es nuevo para este blog, tal vez recuerden que alguna vez hablé sobre la necesidad de ser alguien sin tener que seguir el sistema, y es que este mismo te forza a aspirar a ser el mejor, siempre. Son constantes competencias con tus compañeros del aula y posteriormente del trabajo, el que tenga un mejor sueldo, un mejor puesto, es el que ha tenido éxito en la vida. Una forma bastante abstracta de jerarquía social mental. 

Quizá la manera en la que escribo dichas normas para la mayoría de ustedes sean muy cuadradas y sí, así son. ¿Nunca sintieron que esa necesidad de tener éxito en la vida les ha arruinado alguno que otro plan? ¿No sintieron la presión sobre sus hombros con la necesidad de destacar como alumno, estar en el cuadro de honor, ser de promedio excelente? ¿En el trabajo no se han sentido menos por ganar el salario mínimo, por trabajar tantas horas cuando hay quienes ganan tanto dinero trabajando solo cinco días a la semana? ¿O que tienen un jefe en un puesto superior que ignora muchos temas de su misma área, pero que ustedes abarcan con armonía? 

Puede ser que para algunos sí haya sido motivo de presión personal lograr alcanzar objetivos que el sistema te pide y también la sociedad. Creo que a esta conclusión puedo llegar a decir que el sistema rige esta sociedad. Como sociedad obviamente me refiero a un conjunto de personas que viven y conviven entre ellos, y el sistema un conjunto de leyes invisibles pero perceptibles que la sociedad creó para manejarse a sí misma. Las leyes invisibles siendo la constante comparación y competencia que hay entre individuos de una misma sociedad, un conjunto que forma parte de otro conjunto más grande. 

Yo me sentía muy fuera de ese sistema. Mi ineptitud consistía en una constante falta de interés por destacar en la sociedad, siendo esta sociedad mi aula de clases. No me interesaba tener dieces, ni siquiera estar en el cuadro de honor. No niego que sí sentía presión con mi madre y con los profesores cuando veía que ellos tenían alumnos favoritos y yo no podía destacar en esa aula, un pequeño conjunto social donde destacaba el que hacía las tareas más elaboradas y después, la madre que más le "hacía barba" al profesor. 

Esta clase de presión se vio aumentando cada vez que pasaba de un ciclo escolar a otro, el que más me dejó marcada fue cuarto de primaria. 

Me acuerdo cómo contaba los años. Aquí empezaba a contar: "me faltan dos años para terminar la primaria, tres para hacer la secundaria y otros tres para la preparatoria, en la universidad estudiaré para ser escritora y por fin seré libre. Solo me faltan ocho años", decía un poco desilusionada, pues pensaba que ocho años era demasiado tiempo para esperar. Pero ahora que ya soy adulto, ocho años de verdad que es un número muy insignificante comparado con la edad que tiene simplemente la independencia de este país. ¡Es más! Han pasado veinte años desde que tuve esos pensamientos… 

Era verdad que mis escritos y mis historietas no las solté para nada. Las llevaba conmigo cual Biblia es leída en el Vaticano: veneraba mi creatividad, mis ideas, mis personajes, mi trama. 

"¡Deja de perder el tiempo!", me dijeron una vez, cuando mi hiperfoco era dibujar a mis personajes. Tlana, Rosa, Inés, Seude, Hortencia... En fin. Tal vez sí estaba perdiendo el tiempo para el sistema, pero en mi cabeza sabía que quería ser una gran escritora. ¿Acaso me estaba saliendo del rol de alumna? 

Fue cuando vi un poquito de luz en esa cueva que había creado con el fruto de mi esfuerzo: la maestra de sexto grado me subió el autoestima. Cañón. 

Le decía a mi mamá que yo y mi hermana somos muy inteligentes, destaqué, entre todos mis compañeros. De hecho, la maestra se quejaba demasiado de las niñas que escuchaban reguetón y bailaban perreo y pole dance. Sí. Niñas de 11 años hacían eso en mi generación. 

Yo y mi hermana fuimos por igual muy introvertidas e inteligentes, ella se metió al mundo artístico y yo... Bueno, han pasado tantas cosas que hoy estoy regresando al mundo literario. 

Como decía, ésta profesora me subió mucho el autoestima porque sabía cómo trabajar conmigo. Le entendía muy bien, de hecho creo que saqué muy buenas calificaciones al final, pero pasando eso de largo, hice algo que me gusta mucho hacer: compartir lo que escribo. 

Le di todo lo que tenía, en original, de la historia de Tlana: una niña inmortal que pelea contra el mal, así de simple suena pero en realidad estaba cargado de escenas y personajes místicos. Obviamente no esperen lo mejor en una niña de 11 años, pues mis escenas eran algo como: 

"Tlana: que pasa!! 

Hortencia: te voy a atrapar!!! 

Tlana: noooo!!! 

Se va" 

Pero, ¿saben qué pasó? 

Mi maestra fue a la dirección, enseñó mi escrito, y me empezaron a decir muchas cosas muy bonitas que me estaban subiendo el autoestima. Incluso me dieron un reconocimiento por parte del director. Sentí por primera vez que estaba yendo hacia el camino correcto. ¿Es esto otro sistema? ¿Es el mismo? 

Así, a pesar de que al principio me la pasé muy mal, guardé cual Santo Grial todos mis escritos, cuan pequeños fueran. Y aún los tengo, incluso los cómics que hacía en sexto de primaria y primero de secundaria. Que por cierto, ahí pasó algo interesante. 

No sé si solamente fue uno u otro, pero mis padres cargaban en mí una expectativa: querían que entrara a iniciación universitaria. Algo de lo cual me esforcé, según yo, pero terminé por perder. 

De nuevo, no encajé en el sistema que ellos querían, deseaban. 

Mi hermana, que dos años antes lo había logrado, fue el tema por mucho tiempo en mi familia. Y obviamente sobre mis hombros estaba la aceptación, la aprobación de mis padres pero, para mi desgracia, no quedé donde mis papás esperaban que entrara y eso reforzó la idea de la niña estúpida e inepta. No podía encajar en el sistema que mis papás deseaban. 

Parte II. El precio de no encajar. 

Entrar a una secundaria pública fue la derrota para mí, pues por si no fuera poco, el haber entrado al turno vespertino sumó más puntos negativos hacia mi karma sistematical. No era apta, no era capaz, no era nadie... pero para mí misma. 

No me quedaba de otra, claro estaba. Tenía que esforzarme por entrar a la ENP 2. TENÍA QUE. Pero, yo, una niña tan distraída... Jamás podría. 

Ni por un segundo pasó por mi cabeza que tenía que echarle ganas, jamás. Seguía inmersa en mis propias historias y diálogos que, reescribiendo, lograba tejer un universo alterno, uno donde podía escapar entre clases. 

Recuerdo haberle demostrado a una profesora de primer grado lo que escribí, y curiosamente lo usó una vez en mi contra, cuando estuvimos peleando sobre alguna calificación, me dijo en frente de todos mis compañeros: "¡... ese escrito que quién sabe quién lo escribió!", como si la niña de 12 años no pudiera tener tal facilidad de palabra. ¡Hasta me acuerdo de cómo a los ocho años me desesperaba que mis compañeros tartamudearan al leer! Yo no comprendía entonces por qué, pero ahora sé muy bien que no era porque fueran lentos en el aprendizaje, sino que cada uno nace y crece con diferentes habilidades, diferentes formas de aprender y comprender el mundo. 

Pero tienes que caber en el sistema. Y el sistema te dice que debes leer bien, saber matemáticas, tener facilidad con la geografía, química, historia, si no eres de dieces no eres inteligente. 

La secundaria fue sin duda otro desliz para mí. Era muy distraída y risueña, muy inteligente pero para otras cosas que no fueran la escuela (por ejemplo, inglés y español). Sin duda la adolescencia es muy dura cuando eres una persona como yo. 

No encajaba, los profesores no sabían qué me sucedía, mi mamá también sufrió mucho conmigo. Yo simplemente procuraba no reprobar, porque para escribir y dibujar sí tenía el resto de mi atención y dedicación. 

Sin embargo, toda esa distracción conllevó a algo muy malo para mí, algo que me llevó a recapacitar. Fue la forma en la que toqué fondo, en la que me dije a mí misma "¿de verdad quieres esto?" y "esto no estaba dentro de nuestros planes". 

Parte III. Mi despertar. 

Entré al CETIS, en la carrera paquetes de cómputo, en la que no recibiría mi nivel medio superior, sino que tendría que aguantar más años para poder sacarlo. Solo era una carrera técnica y yo no quería eso. Yo quería ser escritora, llegar a la universidad, ser reconocida por mi gran habilidad... A pesar de que mis allegados escucharon mis llantos, solo uno me hizo caso. Ese fue mi pareja. Él me apoyó a investigar sobre la prepa abierta, donde estuve estudiando por mi cuenta y haciendo los exámenes a escondidas, aunque no por mucho, pues cuando mis padres se enteraron, aparte de dar el grito al cielo, finalmente apoyaron lo que deseaba. ¿Acaso estaba saliendo del sistema? 

Una vez entré al CCH, mi meta seguía intacta: ser escritora estaba cada vez más cerca. Quería estudiar Literatura Dramática y Teatro. Pensaba que eso era suficiente para que el mundo volteara a verme y dijera que soy escritora. 

Sin embargo muchas cosas cambiaron en mí, muchas cosas muy tristes pasaron. Jamás dejé la idea de escribir pero sí la idea de ser escritora. Sabía que necesitaba de un empleo real, pensar en trabajar para una empresa, tener prestaciones y un salario para poder salir adelante. Sin embargo, hubo algo ahí en mí, que me decía con rabia que jamás lograría hacer nada en la vida, que no era apta ni capaz, algo me estaba apuñalando la espalda, y yo me refugiaba en mis palabras, en mi blog. 

Una vez en la biblioteca de la Facultad de Ciencias, en vez de ponerme a estudiar para no ser una inútil, estúpida e inepta, me ponía a escribir. Escribía como refugio, escribía como salida, escribía como mi pasión más ancestral. Mi niña interior jamás se rindió, era esa planta que aún con sequía, abandonada en una esquina del jardín, entre tanta maleza, seguía luchando por sobrevivir. 

Ahí escribí mi segunda novela (una que había idealizado en el 2009) y en el 2016, después de participar en el NaNoWriMo, conseguí terminarla con más de 50 mil palabras. 

En esos años como ya saben, estaba haciendo ropa para vender. Me gustaba mucho, era mi salida de la realidad, mi Nínive, pero también lo era escribir. Comparando ambas, en ese entonces, en una balanza, me di cuenta de dos crudas realidades: al sistema le gusta que genere dinero, y a mí también, algo que mis escritos no me han dado nunca, solo el placer de imaginar y volar en mi cabeza, estar en mi Nínive. 

Yo en ese entonces ya estaba retando al sistema de alguna forma. Decidí poner mi negocio, vender por mi cuenta para tener dicha libertad. Sin embargo, seguía estando dentro del mismo. Es una implicación muy extraña, tal vez matemáticamente me la puedo imaginar con simples conjuntos. Podría no pertenecer al sistema arcaico y cuadrado, pero estaba entrando a otro sistema más libre y más difícil: el emprendiendo. 

En el conjunto del emprendimiento te puedes encontrar múltiples facetas. Chicas como yo, que hacen un negocio chiquito que sobrevive a duras penas o que sales adelante sabiendo administrar tus finanzas. 

Yo estuve en el sistema donde ganaba demasiado pero no podía controlarlo. No sé si fue la vida abofeteándome la mejilla diciéndome "eres estúpida e inepta" o un "necesitas regresar a tus raíces". 

Una vez escribí en mis 50 relatos del ser y el por qué:

“XI. Caminamos por todo el bosque sin encontrar al hombre sabio, a quien buscábamos para resolver más cuestiones del ser. Perdidos, en un punto ciego del mapa, decidimos tratar de regresar teniendo como referencia solamente nuestra memoria. Sin comida ni agua, sabíamos que estábamos en problemas, pero dados unos instantes un joven apareció y nos mostró el camino de vuelta. Después de hallar el punto donde habíamos iniciado, el joven nos dijo: el verdadero ser se encuentra en su origen.”
Y es exactamente a donde la vida me regresó. 

Parte IV. Coming Home… 

En el 2023 justo en mi cumpleaños número 30, estuve reevaluando mi vida. Sí, tal vez de forma muy abstracta, un sistema te lleva a otro donde puedes estar cómodo o muy estresado, pero lo obvio es que eso lo tejes tú, con herramientas que te dan en la infancia y gran parte de la adolescencia. Además, si eres afortunado como yo, incluso cuando eres joven adulto. 

Mis herramientas en la infancia fueron siempre destacar, aunque no quería ser destacada. Ser hábil en matemáticas, aunque no se me daban las tablas. Buscar de una forma inconsciente la aceptación de mis padres... Era algo que siempre busqué. Y curiosamente, lo conseguí, pero jamás lo dijeron. 

Logré destacar al final de cuentas: entré al CCH, estudié matemáticas, pisé CU. Demostré a mi familia y a mí misma que puedo con eso y más. Dejar matemáticas no fue mi fallo, fue mi decisión. Mi filosofía me decía que ahí, aunque encontraría respuestas, no hallaría la libertad que estaba tejiendo. Me fui a diseño de modas por "comodidad", por entrar a un sistema blando, suave, noble, donde mi forma abstracta de expresión fuera vista por pocos. 

Tal vez mi único error fue que dejé de expresarme, de escribir, por más de cinco años. Sin embargo, me miré a mí misma como una gran emprendedora. Gané grandes sumas de dinero haciéndolo, demostrando que puedo lograrlo simplemente porque quiero. Se lo demostré a mis padres, a mi familia, a mí misma. 

Aunque en la situación lamentable del 2020, fue ahí donde hubo una pausa muy marcada para mí —y claro que para muchos de nosotros. No podía conseguir un lugar donde rentar, nadie quería trabajar la maquila conmigo, conseguir mis materiales fue incluso una tarea devastadora. 

Saltando entonces al 2022, ahí fue cuando estuve cuestionándome de nuevo sobre mi propia vida, sobre lo que he logrado, lo que significa el éxito para mí incluso. Fue ahí cuando entré a trabajar en un taller que me drenó por completo, del cual no quiero hablar al respecto, pero sí resaltar una pequeña parte de octubre y noviembre del mismo año. 

Yo y mi pareja nos pusimos a ver “A Nightmare Before Christmas” de forma incesante, lo hacía precisamente por dos escenas en específico, cuando Jack empieza a cantar “Jack’s Lament”: 
«Yet year after year, it's the same routine 
And I grow so weary of the sound of screams 
And I, Jack, the Pumpkin King 
Have grown so tired of the same old thing 
Oh, somewhere deep inside of these bones 
An emptiness began to grow 
There's something out there, far from my home 
A longing that I've never known…» 
Sentía como si me hablara a lo más fondo de mi corazón. Era esa absurda rutina, despertar, coser, vender, ganar dinero y repetir. No era malo, pero siempre había algo por ahí que me decía que no estaba haciendo lo correcto. Entonces, en las escenas posteriores viene “Jack’s Obsession”. 
«Something's here I'm not quite getting 
Though I try, I keep forgetting 
Like a memory long since past 
Here in an instant, gone in a flash 
What does it mean? What does it mean? 
… 
Or perhaps it's really not as deep as I've been led to think 
Am I trying much too hard? 
Of course, I've been too close to see 
The answer's right in front of me, right in front of me 
It's simple really, very clear 
Like music drifting in the air 
Invisible, but everywhere 
Just because I cannot see it 
Doesn't mean I can't believe it.» 
Es obvio que estas canciones hablan de la búsqueda y obsesión de Jack por algo diferente y como suele suceder entre los humanos, lo desconocido es lo que más llama la atención. Sin embargo, tal vez como escritora, como filósofa, como simple pensadora, le puse un significado. Yo pensaba que debía encontrarme a mí misma, en el lugar donde fui feliz desde un inicio. 

Aquí viene otro Relato del Ser y el Por Qué: 
«I. Puedo ser lo que quiera ser, pero no soy nadie y todo a la vez, ¿quién debería ser, entonces?». 
Cumplí 30 años en el 2023. No pude creerlo, tenía en mente tantas dudas sobre mí misma, quien se seguía viendo como un fracaso. Mi tía entonces falleció, sin antes decirle que la quería mucho, sin antes escucharla hablar sobre la psicología, sobre su pasado. Fui una forma abstracta de confidente accidental, donde pude ver una pequeña, minúscula faceta de ella. Ella, como yo, no se rindió. Quería estudiar y lo logró. Forjó su propio camino, criando a sus hijas, dándoles herramientas de superación. 

Después de fallecer quise aproximarme más a mi familia y lo logré, tanto que hoy día reímos de todo, nos tenemos confianza. Pero algo me faltaba a mí… algo. Ahí, fue cuando de nuevo redescubrí mis viejos escritos, mis historias que guardaba como el Templo del Tiempo hacía con la Espada Maestra. Me puse a leer un poco y fue como si recobrara lo que tanto estaba gritándole al mundo. 

Sin querer, me puse a escribir un fanfic. 

Sin querer, tuve tiempo de acabarlo, sin editarlo, ni nada. 

Sin querer, empecé a hacer un cómic, a crear historias. 

Pero el sistema me llamaba de vuelta: necesito hacer dinero, no puedo depender de esos disparates, “¡deja de perder el tiempo!”. Entonces, tras una charla con mi hermana, me di cuenta que podía trabajar en algo tan “simple” como la ropa de muñeca y seguir creando. No necesitaba estar detrás de la máquina de coser todo este tiempo, simplemente podía mover mis horarios. 

En enero del 2025 fue cuando lo hice. Me puse en marcha y escribí el prólogo de “Recuerdos de Algo que Nunca Fue”, en una versión muchísimo más compleja y madura, comparado con el que había acabado en el 2013. Y ahora, aunque este año han pasado cosas personales de emergencia, me puedo dar un tiempo para regresar, imaginar y volver a escribir con la misma pasión que tuve guardada todos estos años. 

No fue sino hace unos días que, viendo entre mis escritos, me encontré con la carta de hace 20 años donde el director de la primaria adonde iba, me felicitó por emprender este viaje. Yo, ilusa o ingenua, siendo tan joven, pensaba que en 10 años me dedicaría al 100% a esta profesión, pero la vida siempre te da giros inesperados, pues, justo 10 años después, estaba escribiendo “50 Relatos del Ser y el Por Qué” en la biblioteca de la Facultad de Ciencias y 10 años posterior a este suceso, estoy escribiendo una entrada extensa a mi blog, viendo que mi taller es un cuarto vacío, que me voy a mover, recapitulando toda mi vida y además, estoy más que dispuesta a enviar mi novela RANF a una editorial. 

¿Qué más tengo que perder? 

Parte V. Epílogo. 

La frase inicial de Lady Gaga viene siendo ahora una especie de conjuro para mí, en su momento, me imaginaba que trataba sobre una persona que te apoya en el escenario, que te aplaude. Sin embargo, hoy le he dado otro significado: la única persona que necesita fe, creer en ti, eres tú mismo y nadie más. 

Es cierto que inicialmente se nota que es lo que quiero, lo que busco, lo que necesito, pero con tal de siempre cumplir expectativas invisibles, me he mantenido “chiquita” y me he “quedado quieta”. 

Y hoy, 6 de junio del 2025, 20 años después de esa felicitación, donde el director me dijo que esperaba tener la colección de mis textos en la escuela, les puedo decir que me siento con el coraje que quería tener de Samsagaz Gamyi, cuando le leí unos salmos a mi suegra en sus últimos momentos, cuando veía a mi tía llorar sosteniéndose de los barandales de la camilla y cuando subía las escaleras del hospital para ver cómo habían intubado a mi padre. Siento que ahora tengo más herramientas para defenderme, para demostrar quién soy realmente, para estrujar al sistema que tanto señalaba y culpaba, y demostrarle que no me importa que no tenga el privilegio, yo ya lo soy. 

Jamás había sentido tanto valor en mi vida, y hoy, he renacido. 

Soy Dorothy Uranga, escritora, después de todo.

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