Mea Culpa

No puedo creer que haya sido la decepción y después el prodigio, y aquél prodigio, que terminó perdido en los senderos bifurcados de la atención agena por sacrificar el alma propia, haga lo opuesto a lo impuesto.

No puedo creer que siga habiendo esas comparaciones tan absurdas que me dejan boquiabierta, y así, llaman a la puerta de la Niña Distraída, mientras la Mujer Costurera va cosiendo el mantel infinito donde todos comen, manchan, desgarran, mientras ella, sacando los alfileres de su antebrazo, termina surciendo con parches floreados todo lo que desgarraron.

Ese pastel en la mesa infinita de nuevo. La Niña Distraída mira con atención los rostros que poco a poco van tomando un trozo del pastel, esperando que a ella también le den un pedazo, porque de lejos se ve tan delicioso, que la codicia, la envidia y el hambre, la invaden como mil plumas fuente atravesando su pequeño corazón.

Todo el pastel se lo llevaron, la Niña Distraída se decepcionó de nuevo. Abrió entonces el libro en la página seis y dijo en voz alta:
"El yo filosófico no es el hombre, ni el cuerpo humano, ni el alma humana, de la que trata la psicología, sino el sujeto metafísico, el límite --no una parte del mundo."
No puedo creer así que tuve razón todo este tiempo, donde el verdadero ser que se encuentra en su origen, tenga que regresar como esa Niña Distraída pidiendo revancha. Ya no lo hace desde el miedo, ni la ira, lo hace con calma, se sienta en la mesa, abre su libro, y dibuja o escribe con esa imaginación tangible que la hacía ser ella. Su propia esencia.

La Mujer Costurera que se la pasaba surciendo con precisión, perfección y destreza, se da cuenta de la cadena que lleva en el tobillo derecho. ¿Cómo llegó ahí? Estuvo en la cima metafísica que perdonó casi por completo todo su pasado con tantos parches floreados y bordados en las bastillas. El tiempo se le fue como arena deslizándose entre sus dedos, pero no fue en vano. Por fin había logrado su cometido. Unos que tomaban el pastel, la vieron con atención y le dejaron algo.

Encima de la mesa vio una rebanada de pastel tan alta como el orgullo de haber podido adornar la mesa. Solo que esta vez, se dio cuenta que el pastel estaba seco. Tanto tiempo había perdido, tan mecánicos se habían vuelto sus movimientos que olvidó su propia esencia. Tan desabrido estaba ese pastel que, cuando miró nuevamente lo que le faltaba por surcir, lo vio con repudio. Las agujas y alfileres en su antebrazo se habían clavado por completo que solo pensar en volver a cortar los parches, coserlos simplemente, le generaba una sensación de angustia severa.

Cuando la Niña Distraída se acercó a ella, con lápiz en mano, le recordó su propia esencia y entonces, apareció debajo de la mesa la Mujer Creativa que había despertado de su letargo.

No puedo creer lo decepcionada que estaba al ver todo lo surcido y las manchas sobre el mantel infinito que había dejado de ser blanco desde hacía muchísimos siglos. Las migajas sobre la mesa eran tantas, que se puso en marcha. Tomó con ambas manos bien extendidas todo el trabajo de la Mujer Costurera y lo estuvo arrastrando por tanto tiempo que cuando miró de regreso, ya se habían terminado el pastel.

Esta vez, la Mujer Creativa se sentó en la mesa de madera barnizada y miró a los lados infinitos, ya no venía nadie, ni aquellos a quien decepcionó. La Niña Distaída se aproximó limpiándose las mejillas de pasadas amarguras extendiéndole el mismo lápiz que la Mujer Costurera no pudo sostener con la misma libertad, y aquella, con una hoja metafísica, escribió una novela que terminó en dos meses.

Incrédula de su propia destreza, volvió la mirada a las dos que miraban con asombro.

Fue como añejar un buen vino.

Las dos bebieron de las hojas cada palabra líquida. Supo mejor que el pastel que tanto deseaban probar.

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