Del fatalismo, al nihilismo, y al estoicismo

Empiezo a escribir teniendo a mi pareja sentado a mi derecha, en el comedor de nuestro hogar. Veo a mi alrededor un vaso que me regaló mi papá del Starbucks, un mantel de girasoles que compré en la parisina y mi gato, Pelambres, acostado en el sillón bien feliz disfrutando del ventilador. Justo en frente de mí tengo colgando de la pared un reloj que ya no tiene batería. Se lo cambié una vez pero volvió a agotarse la misma, en menos tiempo que anteriormente hizo.

Quería iniciar la entrada teniendo en mente sin olvidar lo que me rodea. Hace exactamente diez años le había dicho a mi actual pareja que quería que dentro de diez años nos riéramos del pasado, juntos. Cinco años más tarde pensé que jamás podría reírme de esto, pero ahora, la verdad es que lo veo como una lección muy brusca. Algo de lo cual pude haber actuado muy diferente si tan solo hubiera tenido el mínimo amor propio que ahora tengo.

La realidad es que los últimos meses han estado cargados de varias cosas, y el peor fue marzo después de un episodio personal muy intenso. Sufrimos—yo y mi familia—muchísimo. Un acontecimiento que espero que nadie más viva. Sé que estadísticamente es imposible y que hoy día muchas personas están sufriendo, así que me compadezco profundamente de ellas y deseo que todo salga bien.

Viniendo nuevamente a retomar sobre mi fatalismo, nihilismo y estoicismo: hace diez años precisamente me había llenado de muchos cuestionamientos filosóficos como podrán ver en el mismo blog. En lo personal, pensaba que nada podía cambiar, que todo estaba destinado a fallar, que no había “un futuro” para mí, ni aunque me “acercara a un dios”, sea cual sea la religión. Duré así por una gran parte de mi vida. Posteriormente no tuve un pensamiento filosófico intenso como había hecho cuando estaba en mis tiernos 20s. De hecho, fue en el 2016 cuando decidí rechazar todo tipo de pensamiento filosófico para poder llegar a mi propio criterio, pues pensaba—y sigo haciéndolo—que el acercarme o adentrarme a alguna corriente filosófica contaminaría mi propia perspectiva de la realidad. A su vez, rechacé todo pensamiento filosófico fatalista (llámese Nietzsche y su eterno retorno) porque me estaba causando demasiado estrés. Decidí ser feliz, me adentré al mundo del diseño de modas donde encontré una paz significativa, hasta que llegó la pandemia del 2020 y la carga laboral se hizo bastante intensa. Fue después de la mudanza cuando llegué al nihilismo, más o menos en el 2022.

Esta etapa reforzó la idea fatalista, pero más que “no hay nada que pueda hacer por mí, pues estoy destinada a fallar”, fue la idea de “no tiene sentido luchar por mí, pues igual voy a morir, y dejar una huella no tiene sentido, pues la Tierra también morirá en conjunto al universo”, por lo que dejé que mi persona y salud se deterioraran a un grado terrible. Me consumió la depresión, no lo niego, pero pensaba que no importaba. Sólo estaba existiendo, esperando que una u otra cosa en mi cuerpo fallase para deteriorarme aún más. 

Por último, a mediados del 2023, cuando un ser querido estuvo en el hospital, me dio unas palabras que me alentaron muchísimo. Hubo en la misma habitación una señora que me quitó mi silla, donde anteriormente estaba descansando. Esta persona vio lo que pasó y me dijo “no te dejes”. A mí, realmente me pareció indiferente estar parada o sentada. Lo único importante era ella. Mi respuesta fue muy obvia: “no te preocupes”. Pero ella remató con una frase que me gustaría tatuarme algún día:

“Primero eres tú, después tú y al último tú”.

Dicha frase, como dije, se quedó bastante grabada en mi cabeza. Resultaba que anteriormente le había dado demasiado protagonismo a otras personas que no fuera yo. Verán, siempre he sido una persona altruista, no importa en qué sea. Por ejemplo, cuando mis compañeras de diseño me decían que no sabían cómo vender en línea, yo les decía que les enseñaba, o cuando las mismas compañeras me vendían sus productos a un precio infravalorado, yo les daba extra para que supieran el valor de lo que hacían. Hablando entonces a etapas más recientes, la madre de mi pareja y esta persona de la que hablo, también estuve apoyando sin esperar nada a cambio. Debo recalcar que tampoco me estoy poniendo sobre un pedestal, no me importa cómo me vean, yo solo soy un ser humano empático con la gente que amo. 

Durante este evento estuve pensando muchísimo en la valentía de un personaje ficticio que amo con todo mi ser. Quería ser igual, dar la vida si se pudiera para que ella lograra avanzar, salir adelante. Era obvio que mis plegarias mudas jamás fueron escuchadas—debo recalcar que soy atea, lo soy desde los once años, aproximadamente, y “plegarias” es en el sentido figurativo de la misma palabra. Ella falleció el 26 de mayo del 2023. Ahí, fue cuando mi cerebro hizo clic.

Yo siempre he sido una persona de muchas ideas, demasiadas, y siempre he querido compartir mi riqueza con ellas. Ahora fue mi decisión cambiar todo eso, pero no en un sentido maligno, sino benevolente conmigo misma. Desde entonces y hasta ahora, he sido más estoica. 

He empezado a disfrutar más la vida con mis allegados, con la gente que más amo. Mi familia, mis poquitos amigos. Procuro darme prioridad a mí misma, poner límites, escuchar mi cuerpo, mis necesidades, comer más sano o disfrutar de un postre, si puedo tenerlo lo hago, si no, veo la posibilidad de obtenerlo. Mi abuelita tuvo razón en eso cuando dijo “ella tendrá todo lo que quiera en la vida”. 

Quizá esta nueva etapa me traiga mejores momentos, mejores oportunidades. Más que nada, escucharme y dejar de querer hacer que el pasto brille más del otro lado que del mío, porque prefiero regar a los otros y ver crecer a los otros, mientras yo descuido mi propio jardín, viendo cómo se va marchitando o se va llenando de maleza. 

Los amo a todos con ferviente pasión, pero también me amo a mí y quiero ver los jardines de mi Nínive florear bonitas camelias rosadas y blancas.


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